lunes, 10 de diciembre de 2012
Toda yo entera,
de los pies a la cabeza,
soy un juguete.
Un pequeño muñeco
de ojos pétreos.

En un armario,
en un cuarto,
en una casa
de las miles
de casas
con cuartos
con armarios
del mundo.


[Sin título]

martes, 4 de diciembre de 2012
Tú.
En la frontera
entre yo y la gente.
Tú.
En la lejanía
de lo inesperado.
Tú.
En la muerte
de la distancia.
Tú.
A mi lado.

A un árbol cualquiera

martes, 28 de febrero de 2012
Señalas
a lo alto,
al cielo eterno,
como si allí
hubiese una respuesta.


Son tus ramas
desnudos brazos,
atajos
de sueño
y madera.

Tu tronco
al suelo penetra,
como si él supiera
de otra cosa
que no sean
pasos muertos.


Tus ramas
no son
lo que parecen.
No,
son raíces
que se clavan
en el cielo,
que es otro suelo
sobre nosotros.


Qué suerte tienes,
tú que bebes
del aire;
tú que mueres
de pie.
Tú que no huyes
y permaneces,
mudo testigo
de las ausencias.

METAMORFOSIS

lunes, 2 de enero de 2012
Que no soy yo, 
que estoy
en otra parte.
Y ya no soy
quien era antes,
ni volveré
a ese alguien
que moría
tras los cristales.

Que ya soy aire
y fluyo,
y me retuerzo
por las calles,
que ya no entiendo,
que ya no quiero
mirar a los lados,
sólo adelante.

Que se rompan solos,
los sueños.
Que se hundan,
que no me agarren.
Que ardan pronto,
los deseos.
Que no pueda
verlo nadie.

Que lo bueno
es dos veces breve,
que el tiempo
no pertenece.
Que con llegar a muertos
ya tenemos
más que suficiente.

EXPERIMENTO 35

viernes, 16 de diciembre de 2011
Más allá del murmullo, el señor Fleming podía escucharlo. Sólido, puro, real. Entonces, era verdad que existía. La voz de la niña que atormentaba a su madre -y de paso, a todos los presentes- con una aguda letanía con el fin de obtener un caramelo de su mano hastiada. El sonido de las teclas del ordenador portátil que los finos dedos del hombre de al lado acariciaban levemente, un tic apenas, un tanteo de suavidad apenas sonoro. Era curioso, aquel hombre. El señor Fleming lo observó por el rabillo del ojo, alzando con disimulo la vista del rayado suelo de una suerte de mármol rojo. Como un arácnido. Sí, ésa era la única comparación posible. Con un raído traje negro, nada en consonancia con el portátil, que parecía tan caro, míralo... Qué curioso, casi ni tiene cejas. Qué le pasará, lo mismo viene por eso. A saber. Casi no hace ni ruido, eso está bien. No como la niña ésta.

El teléfono sonaba. Un pitido metálico, de nódulos quebrados, atravesaba el aire con insistencia. Sonó ininterrumpidamente, a voces casi, hasta que la manita de la recepcionista se posó sobre él y lo descolgó con nerviosa brusquedad, qué agobio, ¿sí? De acuerdo. Y mirando hacia los presentes; adelante, es usted la siguiente. Una mujer, de la que hasta entonces el señor Fleming no se había percatado, se levantó con pesadez de su asiento y caminó hacia la puerta blanca. Sus pies producían un taconeo, una concatenación de claqueteos, uno tras otro, cloc, cloc, cloc... Hasta detenerse ante ella. El señor Fleming respiró con fuerza mientras aguardaba a que los nudillos de la mujer golpearan la puerta con suavidad. Una, dos, tres veces. Adelante, se oyó desde el otro lado, pase.

Y de nuevo el murmullo. El otro hombre que salía, cuánto ha tardado, seguro que llego tarde y Carmen se enfada. Nunca debería hacer planes después de venir aquí, siempre pasa lo mismo. Y, por encima del sonido,  el señor Fleming volvió a escucharlo, esta vez con más claridad. El sonido se evaporaba. Y sólo quedaba eso, el vacío en el aire. Sin inflexiones, ni ritmo, ni fondo. Ahí estaba, detrás de todo aquella atmósfera inundada de clamor. El silencio, brillante, sincero, eterno como el tiempo. Y de nuevo, el señor Fleming volvió a sentirse agradecido.

Lluvia de noviembre

miércoles, 30 de noviembre de 2011
Lloran los cielos
penas de muertos.
Llueve sobre mojado.

FOTOSÍNTESIS

martes, 27 de septiembre de 2011
Los rayos
penetran en mis músculos
y llegan
hasta el césped.
Se introducen
en mis poros
y los inundan
de un calor
profundo, intenso,
real.
Se cuelan
por mis muñecas
así, así,
despacio.
Como anguilas tiesas.
Inundando mi corazón
de una temperatura
amorfa e inmensa,
como el mar.
Y todo late
y se revuelve
dentro de mí,
entre mi sangre,
y nos hacemos
uno solo:
el sol,
mis glóbulos
y yo.

Y lo veo,
lo veo todo.
Tras mis párpados,
que son
membranas carnosas,
finísimas fronteras
entre yo
y todo lo demás.

En la mañana
áurea,
de fuego
tocada,
el astro rey
me regala
fantasías ígneas,
justo
donde todo mi ser
acaba
y empiezan
mis pestañas.

Retazos de realidad
quemada,
como una foto vieja
de mudos fantasmas
sepias.

Y este césped...
estas finas
hebras verdes
que acarician
mi piel
sólo pueden ser
yemas de
dedos de
algún ser
inmortal.
Pero eso, ¿qué mas da?,
si puedo estar
así anclada,
pensando -apenas-
en nada
que mame del mundo real.
Si sobre mis pestañas
bailan seres
de todo y de nada,
de fantasía robada
de luz
y paz.
Brillante
quietud
que reina
en el aire
que trepa
a mi cuerpo
y dentro
se queda.
Mundo perfecto:
lo externo
hierve
en mis venas.