Tiempo de despertar

viernes, 21 de mayo de 2010
Otra mañana más, el despertador le cosquilleaba el sueño a través de los oídos dormidos. Perezosa, levantó una mano para detener el molesto sonido que le martilleaba el cerebro y la arrancaba de los algodones del sueño cálido. "Va...", murmuró de labios para dentro, "...va". Se incorporó en la cama y estiró su espalda nudosa, agotada, temblequeante como el lomo de los pájaros que ella misma odiaba coger. Su mente no tardó en desprenderse de los últimos harapos de tela dormida y regresar al mundo de los despiertos. "De los vivos".

Sus pies doloridos y ásperos no parecían haber recibido el aviso de descanso. Aun sintiendo el frío denso de la mañana pegado al suelo, enviaban pequeñas punzadas de dolor a través de sus piernas también  cansadas, y de su tronco polvoriento de preocupaciones, y de su cuello rígido; porque no todos los caminos de esta vida se hacen únicamente con los pies, y eso ella lo sabía muy bien. Demasiado.

En algunas vidas, no hay tiempo para entretenerse. Ni para demasiado descanso. Con una mirada rápida, comprobó que todo estaba en orden. Nada estaba fuera de su sitio. O eso parecía. En la cocina, todo aparentaba la normalidad que había abahndonado la noche anterior. También en el baño, a un primer vistazo. Inquieta, abrió con sigilo la puerta del dormitorio y observó el cuerpo de su hija. Respiraba lenta, profundamente. Dormía. Soñaba. ¿Con qué? Su abuela solía decir que lo que soñamos es mejor que lo que vivimos. "Espero que así sea". Suspiró, notando cómo una relativa calma inundaba su pecho y llenaba sus pulmones.

Entró al cuarto de baño, y sólo cuando llevaba unos instantes dentro algo hizo temblar sus aletas nasales. El olor. Ese terrible olor otra vez. Se levantó del inodoro y miró atentamente el negro agujero donde empezaba el intestino del lavabo, cruel y oscuro. De ahí procedía el dolor. El olor. Agrio y duro, amarillo como nunca. El dolor otra vez, en el pecho, más profundo, más dentro aún, más hacia la espalda, subiendo hacia la cabeza... sin poder evitarlo, golpeó la pared con una mano mientras un agudo sollozo se agolpaba y gorgoteaba en su garganta. Había ocurrido otra vez. Había vuelto a hacerlo.

"¿Por qué lo hace? ¿No nos quiere? ¿Quiere destrozar su vida?" Desde que prometió cambiar, su hija no había dado señales de preocupación por sí misma, ni por seguir los consejos que recibía. Sólo promesas rondaban la casa y yacían sobre el suelo, desplumadas, desnudas, frías. ¿Por qué?, ¿por qué? ¿Por qué ella? ¿Por qué a ellos? ¿No habían sufrido ya bastante? ¿Qué le diría al día siguiente? "Nada. Lo de siempre. Que lo siente y no volverá a pasar. Se va a matar... ¡Se va a matar! ¡Se está matando!"

Entre los cristales que poblaban sus ojos, pudo distinguir, desde la puerta del dormitorio, el peño bulto que se dibujaba en la manta de la cama de su hija. Y recordó... 
Cuando la vio vestida por primera vez en su primera comunión.
Cuando llegó llorando a casa porque su primer amor ni sabía de su existencia.
Cuando se disfrazó de calabaza para entretener a su hermano.
Cuando la llamó por primera vez, un "Mamá" leve, bajito, repetido, brillante como sus ojos.
Cuando la vio por primera vez así, tumbada, en la cuna del hospital... Como un bulto pequeño, indefenso, demasiado para salir y enfrentarse al mundo.
Y recordó, recordó, recordó... Como sólo saben hacerlo las madres, que en un segundo recuerdan la vida de sus hijos mejor que la suya propia, con una intensidad inaudita, revelando detalles con más precisión que la mejor cámara de  fotos. Porque son tantos recuerdos, tan intensos, que atraviesan el pecho todos a la vez, abriendo la carne y provocando un dolor agudo y un sabor seco en la boca. Como a serrín.
"Al menos, sueña con algo mejor..." Musitó en su mente aturdida. De pronto, el cuerpo de su hija se agitó. Su respiración se agitó y se transformó en una serie de quejidos, un cantar plañidero de sirena arrastrada por la corriente, confusa, frustrada, tan fría y sintética como el atún de la sección de congelados. Ella volvió a suspirar -últimamente, al parecer, no existía otra forma de respirar en su mundo- y se giró para dirigirse de nuevo al cuarto de baño y lavar su acongojado cuerpo.
De pronto, algo la  detuvo. Una voz. Una voz leve, bajita, brillante -con ese brillo de la plata vieja, algo sucio, pero noble-. Su hija hablaba, desde el reino onírico le hablaba, le decía algo que ni siquiera ella sabía: "Tenemos tiempo, mamá. Aún tenemos tiempo". Y así permaneció ella, escuchando la voz de su hija como li aquélla fuese la primera vez que la oía. Sólo minutos después se dio cuanta de que no era, ni mucho menos, la hora de levantarse. Entonces, ¿qué la había despertado? Ella había oído el pitido, de eso estaba segura.

"Escúchala. Vuelve a la cama. Aún hay tiempo. Y se acostó, para no dormir más durante el resto de la noche. Para preguntarse si aquélla no había sido una señal de aquello que llaman "reloj biológico".

5 hojas secas:

Artemisa dijo...

Sin duda las madres son las que más conocen y más sufren...pero como has puesto en las etiquetas viven a base de esperanza, de la esperanza de que las promesas se conviertan en realidad pronto. Yo estoy segura de que lo harán.
¡Un besazo para una pedazo de escritora! ;)

Rak and roll dijo...

^^ ¡Qué maaaaaja!

Nihilitico dijo...

hmmm... Tenemos tiempo eh? eso me suena XD muy chulo de verdad, llega al corazón.

Nihilitico dijo...

Jeje, tenias razón Rak, lei mal lo del final. :p

Euforia dijo...

Gracias por tu comentario! :)
Me encantaría leer tu relato! yo también te sigo! Esta historia ha sido algo inquietante, pero me ha gustado, me ha dejado con ganas de más!

Un beso!

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