TRANSGENIA

miércoles, 22 de septiembre de 2010

"Es un mal día para los ciudadanos y para el medio ambiente". Éstas son las lamentaciones de Greenpeace. Quizá este día estaba por llegar. Unos cuantos (no pocos) veíamos con recelo acercarse este momento: el momento en que los gobiernos hallasen el modo de no escuchar las voces de los ciudadanos, ya no sólo en lo que a lo económico y social se refiere, sino además en lo más importante del mundo: la salud. Más importante que lo que nosotros tengamos que decir sobre lo que nos llevamos a la boca, más importante que nuestro criterio sobre lo que nos metemos en el cuerpo, más importante que nuestra información sobre aquello en lo que podemos convertirnos nosotros y las generaciones venideras es el interés de las industrias alimentarias. El sistema liberal ha adquirido unas dimensiones tan monstruosas que ha llegado al punto de poder darnos a elegir: "come esto o muérete de hambre. Se trata de un producto nuevo, sabroso, brillante. Más barato para nosotros. Más abundante. Mejor para nuestras estructuras productivas". Estructuras, por otra parte, que, si bien un día (tremendamente lejano y, por qué no decirlo, corto) estuvieron al servicio de la humanidad, hoy no sirven sino para destruirla. Para utilizarla. Para someterla. Para ponerla de rodillas ante un sistema pútrido manejado por unos pseudohombres que no dudan en exprimir a cualquiera si con ello vana  obtener un céntimo más. Es fácil: si con la pasividad de una buena parte de la población no es suficiente, si la inquietud estorba en el camino hacia la riqueza más inmunda, destruyámosla. ¿Cómo? Dividiendo a quienes se oponen. ¿De qué sirven estas nuevas regulaciones, si no es para que las protestas no puedan realizarse a nivel global? Es así como consiguen situarnos a un nivel inferior: nos impiden combatir a la misma altura a la que ellos lo hacen. Ellos obran a escala internacional, a nosotros nos lo impiden. Ahora que los ojos van abriéndose, conviene ir atando las muñecas para que no puedan obrar. Así se construye la injusticia. Así se vuelca el equilibrio de todo un planeta. No sólo en el ámbito ecológico, sino también en el humano. No olvidemos el contexto: un mundo donde 925 millones de personas sufren hambre, donde cada 6 segundos un niño muere por malnutrición. En un lugar como éste parece haber lugar, en una maravillosa región llamada Europa, para aquellos que pretenden poner en riesgo la salud de los ciudadanos, sin que su voluntad iontervenga en ningún momento, con el único propósito de llenar los bolsillos un poco más. Otro poco más. ¡Viva el sistema demócrata! ¡Viva la Unión Europea!

1 hojas secas:

Nihilitico dijo...

Medio mundo se muere de inanición y el otro de anorexia, obesidad, hipertensión, etc. En la mayoría de los casos la alimentacion se ha degradado al mínimo común denominador de salud. Ya no suple una necesidad en el mundo occidental, sino que se trata de consumismo precario al que casi nos obligan a participar, no existe a día de hoy en Europa ningún tipo de alimento comercializado que no este adulterado con algo. Gran crítica a un tema que pasa deapercibido todos los días en nuestras cocinas. Sigue así Rachel. Besotes!!

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