Otro de esos días

jueves, 25 de febrero de 2010
En efecto, hoy es otro de esos días. Ésos en los que, nada más despertar, la sensación de que poner un pie en el suelo va a ser un error te empapa los ojos inyectados en sangre por la escasez de sueño. Ésos en los que la luz que entra por las rendijas de la persiana te susurra al oído que el día allá afuera te reserva especialmente el clima que más odias. Ésos en los que cada cosa que te ocurre hace que por tu cabeza pase un fugaz "No, si ya sabía yo que hoy..."

Otro de esos días. No tienes ganas de hacer nada en especial, ni siquiera de no hacer nada. Así que... algo hay que hacer. ¿Regodearse en la propia desgracia dando vueltas a la cabeza? Llega un momento en el que ya has aprendido -afortunadamente- que ésa es una de las formas de machacarse más idiotas del mundo. Existen otras bastante más productivas, pero como nos encontramos en otro de esos días -no los días desdichados, sin más, sino los sosos, desagradables y tedioso-agrios otros-, acabamos por desechar eso de martirizarnos y buscamos subir el ánimo un poco. Pero ¿con qué? No apetece escuchar en clase, ni seguir hablando de lo que el otro día dejaste a medias porque se acabó la hora -idiota, ¿por qué abriste la boca?-, ni seguir la rutina, ni tampoco cambiarla. Sólo toca asumir que es otro de esos días y poner buena cara, para al rato pensar en lo imbéciles que somos con esa cara de Barbie amargada.

Pero entonces, entonces... caes en la cuenta de que estás escribiendo. Algo que con toda seguridad no vale nada, pero a la vez con un valor único: estás escribiendo. Y lo que es más, un minúsculo calambre te empieza a estirar las comisuras de las boca de modo casi imperceptible para el resto de mundo, pero sorprendente para ti. y, sin quererlo -porque quieres respetar el protocolo de los otros días-, una sonrisa entre ácida e ingenua rueda por tus labios. Porque sólo por ese detalle cotidiano -con ese toque entrañablemente burdo que caracteriza a lo cotidiano-, vivir otro de esos días merece la pena.