33 CENTILITROS DE MAGIA

lunes, 23 de noviembre de 2009

Lenguas de luz, colores de un cielo imposible que se besan en una interminable caricia para la vista.

Cámara que registra todo cuanto se mueve invirtiéndolo y lo conserva flotando ante mis ojos maravillados.

Vida sumergida que se pierde, pero no se ahoga. Aunque no haya tapón, la magia no escapa.

Aros de plata fría que calientan la pupila. Brillo de misterio que a nadie intriga, a nadie llama, que muere a cada trago sin que nadie lo retenga ni un segundo en su memoria, sepultado por estupideces cotidianas.

Belleza encerrada y gratuita, regalada a corazones abiertos, pero no sangrantes.

Belleza cortada por una etiqueta fría y aséptica, inhumana, real.

Belleza encerrada en formas de plástico, separada del mundo real por una capa transparente y finísima, pero invencible, terriblemente cierta.

Por unos pocos céntimos y unos segundos de atención, en fin, cielo al alcance de la mano.

Todo esto cabe en una botella de agua y un momento de enajenación mental. Parpadeo, súbitamente arrojado de nuevo al mundo real. Y es entonces cuando me doy cuenta de que llevo más tiempo observando el botellín de precioso líquido que se encuentra, sobre una mesa, junto al féretro que al propio ocupante del mismo. Y de que aún no me he preguntado qué diablos hace ahí.

LA ÚLTIMA NIÑA DEL OTOÑO

domingo, 1 de noviembre de 2009
La última niña del otoño: ésa soy yo. Y tiene gracia... con lo sensible que he sido siempre al frío, voy y nazco en pleno diciembre; pero no un día cualquiera... justo el último día del otoño de ese año.


¿Qué significa eso? No lo sé. En algún momento tenía que nacer y, de hecho, mi madre llevaba ya tantos días fuera de cuentas que en el hospital ya se estaban planteando abrirle la panza, a la pobre. Pero en cualquier caso, ¿por qué ese día y no otro? Soy menos "otoñal" que todos los niños que nacieron días antes que yo, y por supuesto, menos "invernal" que quienes nacieron después, porque no nací en invierno. Quizá se tratara de un aviso a mi madre por parte de la naturaleza: "Oye, tú no lo sabes, pero la niña que vas a tener no va a pertenecer absolutamente a ninguna parte".

No puedo evitar, cuando me sumerjo en mis turbios pensamientos, pensar que mi propio nacimiento ya fue un despropósito, como si me hubiera propuesto venir al mundo ya haciendo el ridículo. ¿Qué es eso de nacer el último día de una estación? Eso no es serio, es declarar desde el primer día de vida que no procedo de ningún lugar concreto, que soy absolutamente incapaz de quedarme en uno por un tiempo prolongado y que, por alguna extraña razón, no tengo la más mínima intención de hacerlo. Sólo tengo como propósito en la vida deambular de un lado a otro, observar, conocer personas, lugares, ambientes, y moverme a través de ellos sin otro equipaje que mi cabeza llena de recuerdos.

Es evidente que, si nací el 20 de diciembre, es porque ya iba siendo hora y, mal que me pese, mi madre empezaba a hartarse de no caber en una camiseta normal y corriente y, dicho sea de paso, de que yo le machacase los nervios ceáticos. Pero... quizá haya en alguna parte un mecanismo natural que se encargue de avisar a la gente de la clase de vida que le espera cuando nace; quizá, si hubiera sido otra persona más casera, o sosegada, o como lo quieran llamar, habría nacido una semana antes... quizá nacer el 20 de diciembre tenga un significado particular, diferente del de nacer el 19 de mayo, el 25 de agosto o el 4 de abril. O quizá sea todo esto una estupidez de las que se suelen dejar caer por mi cabeza cuando pretendo distraerme un poco.